lunes, 7 de febrero de 2011

Cómo conquistar a la Princesa Leia

De niño fui un niño gordo. Lo fui hasta la adolescencia.
No tenía muchos amigos.
Prefería quedarme en casa y jugar Atari a salir a jugar en la calle con los vecinos del edificio. No me gustaba el futbol ni ningún deporte, pero me gustaba mucho ver la tele: series gringas y dibujos animados como He-Man y los Amos del Universo, Los Thundercats y, por supuesto, me encantaba Star Wars.
En la escuela tenía fama de nerd, pues sacaba buenas notas y prefería leer sobre civilizaciones perdidas a jugar con mis compañeros de clase.

De adolescente padecí un severo caso de acné, nada bueno para la autoestima adolescente, (si de por sí la adolescencia se caracteriza por problemas de autoestima, sobrepeso y acné agravan el asunto).

Aunque en la adolescencia tenía más amigos que de niño y no me la pasaba mal en la escuela, hubo una constante que me acompañó hasta los 24 años: no tenía novia, ni citas y, prácticamente, no tenía ninguna experiencia con respecto a mujeres. Mentía con respecto a mi virginidad y solía manipular lo que decía a los amigos para que pareciera que yo era un conquistador exigente y que por eso no tenía novia (esperaba a la mujer ideal y, mientras ésta no llegara, mejor andar solo).
Pero la realidad es que yo era un temeroso muchacho que se moría por salir con una mujer, besarla, abrazarla, tener un romance… pero no sabía cómo hacerlo… y entre más pasaba el tiempo, más difícil era (¿han visto la película “Virgen a los 40”?, si es así, sabrán de qué hablo).

Años más tarde, he salido con docenas de chavas, algunas realmente unas princesas. Jóvenes, mayores, rubias, trigueñas, morenas… todas lindas y algunas muy muy guapas. Inteligentes, cultas, ricas, pobres, extrovertidas, tímidas… De ser un muchacho timorato (nerd, pobre, gordo, freacky), pasé a ser un tipo con una merecida fama de conquistador. Puede sonar algo presuntuoso y autocomplaciente, pero lo expongo así para que se aprecie el contraste. Hace unos años no me hubiera atrevido a invitar a salir ni a la que vendía chicles en la esquina y ahora salgo con mujeres guapas, inteligentes, cultas, simpáticas y talentosas.
¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo ocurrió este cambio? Ciertamente, no fue de la noche a la mañana ni fue resultado de algún hechizo decodificado de algún viejo manuscrito de magia medieval… fue un proceso que se llevó algunos años, pero que tuvo sus primeros resultados en semanas. En cuanto decidí hacer el cambio, pasé de una realidad a otra opuesta -y mucho mejor- en cuestión de meses.
De ahí, pa´l real.
¿Quieres saber cómo fue? En este libro lo expongo.

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